Erik Galán: «Me echan de casa por ser trans»

Un joven sevillano recurre a las redes sociales para encontrar una red de apoyo después de encontrarse con la oposición de su entorno familiar ante su elección de hormonarse. Como él, muchas personas trans se enfrentan a un proceso largo y complicado para defender su identidad sexual. Familias, profesionales de la Medicina y trabajadores sociales les acompañan en su lucha contra la despatologización y el desconocimiento que sigue anclado incluso en la Administración Pública.

Fuente: Público | MADRID | 14/06/2019 | AURORA MUÑOZ

Erik Galán tiene 19 años y ha pasado las últimas semanas con la nariz enterrada entre libros, como otres estudiantes que se enfrentan a los exámenes finales. Ha finiquitado su primer curso universitario con dos flamantes matrículas de honor y, sin embargo, los resultados no han calmado los nervios que anidan en su estómago como mariposas inquietas.

La facultad cierra por vacaciones y llega su auténtico salto al vacío. Su familia llevaba más de un mes adviertiéndole que cuando terminara los exámenes tendría que dejar su casa. El motivo del desencuentro tiene un nombre tan largo como esperanzador: «Testosterona ciclopentilpropionato«. Este fármaco supone el inicio de un proceso de tránsito para conseguir (por fin) el cuerpo que la sociedad impone a la identidad de género que este sevillano ha sentido siempre suya. Ahora espera que así todo el mundo también le vea como es.

«Llevo fuera del armario alrededor de siete años. A los 12 años todavía tenía dudas, no sabía quién era y mi madre me aconsejó que fuéramos despacio. Era algo importante», recuerda Erik. «Los roces surgieron cuando quise comenzar a dar pequeños pasos. De pronto, cortarme el pelo se convirtió en un enfrentamiento. Me impusieron que lo llevase a la altura de los hombros y tenía prohibido pisar la zona de ropa de hombre en las tiendas. Todo se transformó en una batalla: me registraban el armario, me tiraron las camisetas de compresión, incluso llegaron a encerrarme en casa cuando salían», relata. «Me he arrepentido muchas veces de haber intentado ser sincero con ellos. A veces pienso que si nunca lo hubiese hecho, nos habríamos ahorrado muchas peleas. Ha llegado a intervenir la Policía», confiesa hastiado.

No respetar la identidad sexual de un menor es maltrato

Lamentablemente, el de Galán no es un caso aislado. Según los datos que maneja la Agencia de los Derechos Fundamentales de la UE, el 62% de las personas transexuales europeas ha sufrido acoso y el 54% se ha sentido discriminado. Lo que no es tan frecuente es que la familia en bloque se niegue a aceptar la realidad. «Los casos en los que nadie de la familia respeta la identidad de la persona menor son excepcionales pero, cuando los detectamos, nos ponemos en contacto con el centro escolar para que ejerza de mediador. Si la mediación no prospera y, como en este caso, la situación se plantea en Andalucía, entonces les recordamos que el protocolo educativo andaluz sobre identidad de género obliga a los centros a poner esta situación en conocimiento de los servicios de protección del menor. Viva donde viva la persona menor, hay que tener claro que no respetar su identidad sexual es una forma de maltrato psicológico grave», advierte Javier Maldonado, asesor jurídico de la Asociación de Familias de Menores Transexuales Chrysallis, una asociación que  trabaja con Familias de Menores Transexuales.

Desde esta organización han intentado tenderle la mano, pero el margen de maniobra es escaso. Erik ya es mayor de edad y, salvo que les progenitores quieran someterse a la terapia sistémica, no hay muchas opciones para construir puentes en su entorno familiar. Así que el joven salió de casa con una maleta y lo poco que le quedaba en los bolsillos. De momento, vive con su pareja, pero el día 13 tendrá que abandonar este refugio y confiar en que alguien más le abra las puertas. «Iré moviéndome hasta que tenga trabajo y pueda alquilar. No sé que otra cosa puedo hacer. A unas malas acudiré a hogares sociales«, cuenta resignado.

Servicios sociales, una red cuando todo lo demás falla

Este escenario podría parecer apocalíptico, pero no queda tan lejos como sería deseable. «Una vez que la descendencia ha cumplido la mayoría de edad, puede ser expulsada del hogar si se encuentran con transfobia familiar y no podemos hacer nada por evitarlo», señala Isidro García, trabajador social y sexólogo del Programa de Información y Atención a Homosexuales y Transexuales de la Comunidad de Madrid (PIAHT). «Es posible judicializar algunos casos, solicitar una manutención y depurar responsabilidades, pero es la última opción. Antes de optar por esta vía se intenta mediar e incluso valorar la posibilidad de encontrar el respaldo de otres familiares», plantea.

A veces, la intervención de una persona especialista puede contribuir al entendimiento. «Es fundamental hacer un acercamiento no culpabilizador porque la mayoría de quienes se cierran en banda lo hacen por desconocimiento», introduce. «Casi todas las familias quieren a su descendencia, es lo natural. Lo que sucede es que muchas de ellas viven la identidad de género como una elección y creen que se están equivocando en la que han escogido, por eso no les apoyan», agrega este trabajador de PIAHT.

Ante estas situaciones, es fundamental conectar a esas familias con otras que han pasado por el mismo tránsito. Natalia Aventín, presidenta de Chrysallis, tiene un hijo trans de 17 años que está completamente integrado. «Nunca lo vivimos como un problema. Le llamamos Patrick desde el principio, puede haber otras familias a las que les cueste más, pero hay trucos. Puedes echar dinero en una hucha cuando te equivocas y dejarle notas cariñosas por la casa reconociendo el fallo. Así le compensas y se dan cuenta de que te importa, que estás aprendiendo», propone. «Es importante que les hijes se sientan respetades desde peques, así te evitas muchos dolores», asegura.

Sin embargo, García se encuentra a diario con jóvenes que, como Erik, se encuentran con todas las puertas cerradas. «Intentamos que, antes de irse de casa, sean conscientes de cómo puede afectar a su proyecto de vida esa decisión. Muches todavía están estudiando y no cuentan con recursos para poder seguir adelante», detalla.

Con menos de 25 años ni siquiera podría percibir la renta mínima de inserción y tendría que acudir a los servicios sociales para que valorasen las alternativas. «Lo más urgente es asignarle un alojamiento de emergencia en la red de comedores y albergues públicos», expone.

Algunas comunidades autónomas están empezando a invertir en otros recursos sociales y, en la Comunidad de Madrid, por ejemplo, existe un proyecto de inclusión residencial para personas sin hogar que son víctimas de la LGTBIfobia.  «El siguiente paso sería ayudarle a insertarse laboralmente», añade este trabajador social.

Una ley integral para luchar contra el ‘apartheid’ laboral

Mar Cambrollé, presidenta de ATA – Sylvia Rivera, vio su petición de auxilio en Twitter y se puso manos a la obra para tratar de encontrarle un empleo que le garantizara la independencia. «Tenemos un convenio firmado con la empresa Ritual Hoteles, que respondió rápidamente y le ofreció a Erik una oportunidad cuando les haga falta personal de limpieza», explica.  Entre tanto, Galán sigue buscando. «Llevo echando currículos desde Navidad y nada», dice con desánimo. No es de extrañar. Andalucía soporta una tasa de paro que alcanza al 40,9% de la población activa menor de 25 años.

Uno de los objetivos de esta asociación es acabar por el apartheid laboral al que se han visto sometidas las personas trans durante años. «Encontrar empresas con una mirada transpositiva es fundamental para acabar con los prejuicios que aún son el denominador común en los centros de trabajo«, asegura Cambrollé. La presidenta de este colectivo reclama a la Administración que tome cartas en el asunto: «Los gobiernos municipales y autonómicos tienen que poner en marcha políticas para paliar esta anacrónica situación, que ya ha sido denunciada por la OIT [Organización Internacional del Trabajo]. La reserva de un cupo laboral en las bolsas de empleo municipales, así como en las ofertas de empleo público, debería ser una prioridad de la administración” concluye.

Otros países, como Argentina, ya aplican una normativa que obliga a las empresas públicas y privadas con una plantilla de más de un centenar de trabajadores a que un 2% de ellos sean personas trans. «Esta propuesta está incluida en una propuesta de Ley Trans Integral que el próximo gobierno tendría que afrontar con urgencia», demanda Cambrollé. «Es la única forma de poner fin a esta anacrónica situación de discriminación que nos sitúa, después de cuarenta años de democracia, como ciudadanía de segunda», añade.

Mucho más que un nombre

A principios de año el Gobierno balear lanzó un vídeo grabado con cámara oculta en el que se invitaba a les transeúntes a tomar un café ecológico en un foodtruck. Todes respondían encantades al ‘convite’ hasta que el camarero les atendía refiriéndose a las mujeres en masculino y a los hombres, en femenino. Entonces llegaba el enfado de algunas personas, que preferían irse a soportar un tratamiento equivocado. De esta manera, la campaña trataba de denunciar que el respeto a la identidad es un derecho de todas las personas.

Sin embargo, muchas personas tienen que luchar a diario por conquistarlo. Laura (23 años, San Fernando) ha sufrido agresiones físicas y verbales por llevar las uñas pintadas. «He sufrido mucho, pero ahora me lo tomo con calma», asegura. La isleña ya no está dispuesta a que nadie frene su transición. «Soy una chica. Eso lo he tenido siempre claro, pero al principio le di muchas vueltas», confiesa. Sus dudas se instalaban en casa. «Había oído historias de gente a la que su familia le daba la espalda y eso me generaba mucha angustia. No me atrevía a exteriorizar cómo me sentía por dentro por miedo a que a mí también me pasara», recuerda. Entonces, un amigo de Instagram le contó que en la Casa de la Juventud podía encontrar apoyo en Lambda, un colectivo LGBTIQ que trabaja a nivel local. Allí le dieron el empujón definitivo. «Me dieron un manual donde se detallaba todo el papeleo y el protocolo. Estuve informándome, experimenté un poco y vi claro que había un camino para conseguir lo que quería», cuenta.

Su determinación le ha llevado a someterse a una dieta y un plan de ejercicios para alcanzar un peso saludable que le permita comenzar la hormonación. Ya ha bajado dos tallas y el objetivo se acerca. Entre tanto, su tía se ha convertido en un puente indispensable entre la chica y sus progenitores. Ella fue quien les explicó que aquello no tenía nada que ver con «estar mal de la cabeza», como le recriminaban. Sin embargo, esta andaluza nunca les ha culpado por las barreras que levantaron en un primer momento: «Sé que me quieren, solo les hacía falta información», dice con cariño. Ahora, su principal batalla es que el femenino se imponga. «Todavía les cuesta hablarme en femenino y lo comprendo, pero tienen que entender que es sólo un nombre, el que yo he elegido y es importante para mí«, defiende.

La medicina también está marcada por el binarismo

«A veces sientes que tienes que ir con la ley en la mano para que te escuchen», protesta Sonia González,  madre de un chico trans y miembro de Familias TRANSformando. «La gente que te atiende en la Administración Pública no suele estar formada en este aspecto y los protocolos no se respetan. A eso se suma que la transferencia de competencias ocasiona que en unas comunidades se respeten unos derechos que te son negados en otras», explica.

En la Comunidad de Madrid, por ejemplo, la legislación recoge que «se proveerá acreditaciones acordes con su identidad de género manifestada para el acceso a servicios administrativos y de otra índole». Esto significa que todo el mundo debería poder ver impreso su nombre ‘sentido’ en la tarjeta sanitaria, pero la realidad es que los trámites se eternizan. «No es nada fácil conseguir el cambio pero, incluso cuando lo has logrado, te encuentras con que eso no sirve para que te nombren adecuadamente en el hospital, porque el INSS no lo registra así», añade González. Esta madre se queja también de que la práctica médica dominante está marcada por el binarismo [división entre hombres y mujeres] y, a menudo, eso supone que los hombres trans sean excluidos de los protocolos para las mujeres cis [aquellas cuya identidad de género coincide con la que le asignaron al nacer]. Eso implica que, salvo advertencia del interesado, el sistema los excluye del programa de revisiones ginecológicas.

La despatologización, una asignatura pendiente

En España existen nueve Unidades de Identidad de Género (UIG) que, además de prestar servicio sanitario como tal, también ofrecen asesoramiento y ayuda psicológica. Estas unidades suponen en muchos casos todo un hándicap para las personas transexuales que se ven obligadas a acudir a ellas porque en algunas comunidades no hay más opciones. A partir de la pubertad pueden usarse bloqueadores si así lo desea le menor. Después, si se quiere, comienza la hormonación y, cada vez menos, deciden pasar por algunas cirugías. La ley también permite las operaciones a menores de edad, siempre y cuando haya una sentencia judicial favorable. «Es importante dejar claro que ser trans no implica necesariamente que haya que optar por medicarse o por someterse a operaciones. A veces basta con controlar la alimentación o incluso hay quien opta por no cambiar su cuerpo en absoluto. Cada persona es diferente y les profesionales de la Sanidad tienen el deber de facilitar todo el abanico de opciones que existen para que puedan decidir con qué se sienten más cómodas», aclara Felipe Hurtado, sexólogo en el Hospital Doctor Peset de Valencia. «El tratamiento no puede condicionar tu salud. Hay personas que no pueden someterse a un tratamiento hormonal por otros condicionantes físicos. En ese caso, es mejor esperar y comprender que se puede vivir un género sin dar ese paso«, destaca.

Hurtado es consciente de que la mayoría vive una auténtica gymkana sanitaria antes de recalar en una de estas unidades específicas y tienen que informarse por el boca a oreja. También muchas de esas personas terminan sufriendo un calvario si caen con personal tránsfobo en esas unidades, porque no pueden solicitar la libre elección de especialistas como tiene el resto de ciudadanía y tienen que soportar lo que decidan para ellas. Ese es el caso de E., una chica trans de Palma de Mallorca que prefiere mantener el anonimato. «Fui con mi madre al médico de cabecera cuando cumplí los 16 años y le contamos que necesitaba exteriorizar lo que soy, no transformarme. No somos Pokemon», reivindica. En aquel momento, tanto ella como su familia necesitaban ayuda para enfrentar el inicio del transito. «Mi familia siempre me han apoyado, pero al principio asociaban la transexualidad con un circo y temían verme convertida en una caricatura. Tampoco querían que me hicieran sufrir. Hay que tener en cuenta en televisión se suele relacionar la transexualidad con farándula y no conocían otros referentes, nuestro entorno es bastante clásico», añade. Sin embargo, no se encontraron con facilidades para recibir atención psicológica que en este caso sí necesitaban. «Nadie me habló de psicología. El doctor argumentó que mi edad me colocaba en un limbo entre la psiquiatría infantil y la adulta, así que optó por no darme ninguna alternativa», relata. Después de dar muchas vueltas, de consulta en consulta, encontró un endocrinólogo que comprendió lo que necesitaba y ahí empezó su proceso. «Con el tiempo, fui recopilando información y decidí recurrir a un médico privado para las intervenciones quirúrgicas. No quería someterme a una lista de espera infinita. Mi momento había llegado», asegura. Ahora trabaja en el mundo de la moda y comienza a ver sus sueños despegar. «Suena fatal, pero siempre quise una vida normal. No ha sido fácil, pero lo conseguí. He aprendido a quererme», resume.

Ahí está la clave. «Ningún protocolo puede obligarles a pasar por el psiquiatra, porque no sufren ningún trastorno mental.  En cambio, alguien especialista en Psicología puede acompañarle en el proceso, aunque tampoco es imprescindible. La UIG hace una valoración y deciden qué necesita cada paciente», detalla Hurtado, que defiende la necesidad de establecer un proceso individualizado y consensuado. El sexólogo advierte que lo más importante es mantener unas expectativas realistas. «Une profesional puede ayudarles a lidiar con la ansiedad, a comprender todos los cambios que van a experimentar y las consecuencias que pueden tener, por ejemplo, para su fertilidad. También hacemos una labor de mediación y asesoramos a las familias para saber cómo comunicarlo a la familia extensa o al profesorado», concreta.

Desabastecimiento puntual en las farmacias

Ethan Alcáraz tiene 26 años y este mes ha cumplido cuatro años desde que comenzó la hormonación. Le han pasado volando. «Mi autoestima subió de forma drástica. Mi personalidad seguía siendo la de siempre, solo que ya no me escondía, no iba encorvado por mis inseguridades. Desde entonces me siento empoderado, capaz de todo lo que me ponga por delante, porque por fin soy yo», manifiesta con orgullo. Atrás queda la lucha burocrática: «Hasta hace unos años, las personas trans necesitábamos ser reconocidas por une profesional de la salud. Es extremadamente pesado tener que ir buscando certificados y pagando Medicina privada para ganar tiempo, solamente para que escriban que efectivamente eres una persona trans. ¿Acaso no lo sé yo?», plantea.

 

 

Estos años le han servido para desarrollar la empatía. «Mis cambios físicos fueron muy rápidos. Nadie reconocía a la persona de la foto y lo primero que se les pasa por la cabeza es que hay algo que no encaja. No todo el mundo conoce la transexualidad, hay que ser comprensivo y explicarlo con naturalidad. Esto es nuevo para muches, aunque no lo sea para nosotres», desarrolla.

La mayor piedra que encontró en el camino fue el del desabastecimiento de hormonas en las farmacias españolas. «Hubo gente trans que se hormonaba como podía. A veces tenía que recorrerme diez establecimientos hasta encontrar un paquete de hormonas. Tuve que cambiar de dosis y, si ya duele pincharte cada 18 días, imagínate cada semana… Incluso había gente que se ponía más de una inyección el mismo día para igualar la dosis que se le administraba anteriormente», rememora. E. se encontró con el mismo problema. «Probé con parches para la menopausia y sé que hubo otras que encargaban la medicación a Andorra», señala.

El sexólogo Felipe Hurtado admite que se han producido momentos puntuales de falta de suministro, pero ya no existe este problema. «La Sanidad Pública siempre ha intentado solucionar estas situaciones con las farmacias y hemos acabado encontrado alternativas o adaptando los tratamientos», apunta con tono tranquilizador.